lunes, 27 de junio de 2016

El placer con el pedaleo

He salido esta mañana a dar una vuelta en bici. Siempre me da un poco de pereza arrancar, pero también es verdad que siempre me siento mucho más de acuerdo conmigo mismo y noto lo mucho que he crecido cuando estoy de vuelta. Hoy he hecho 35 kilómetros por una carretera bonita con eses (secundaria, serpenteante y solitaria). Un paseo muy agradable. He sudado a gusto, durante buena parte del recorrido me he liado a compartir confidencias e intimidades con mi bici y nos hemos encontrado sorprendidos en rincones inesperados.

Una de las cosas que me dio tiempo a concluir durante esta sesión de pedaleo matutino es que gracias a la bicicleta nos descubrimos a nosotros mismos. Es curioso y así de fácil, nos hacemos muy conscientes de nuestras capacidades, de nuestro valor, vivimos la experiencia conquistadora de nuestro propio cuerpo y descubrimos esa sensación gratificante de libertad a la que la bicicleta está sin querer y fantásticamente ligada.

Hoy, que el grueso de la población mundial está inevitablemente urbanizado, que la vida política y económica del planeta depende de los centros de decisión situados en las grandes megalópolis, que nuestro tiempo discurre de un lado a otro en nuestra ciudad, entre ciudades, o en medio de esos filamentos urbanos que se extienden a los lados de las carreteras, de los ríos y de las costas, la bicicleta nos permite sin alardes escaparnos del hormigón. Gracias a ella podemos echarnos a la calle, rescatar el contacto con la naturaleza, palpar de cerca la tierra, entrar en un cuerpo a cuerpo con el espacio circundante y gozar abiertamente del aire, de los colores y del clima de una forma que no podemos conseguir con ningún otro medio. Además, mientras nos desplazamos al compás de nuestro esfuerzo, podemos soñar por momentos con un futuro más ecológico, más amable, transformando la vida ingrata de las ciudades y alimentando la ilusión de contribuir a un mundo utópico menos consumista, más razonable y menos contaminante.

Lo urbano se extiende por todas partes y nos engatusa sin remedio. La ciudad nos despista, nos entretiene, nos distrae, nos hace perdernos de vista a nosotros mismos. La bicicleta, su silencio, su intimidad, sirven de contrapunto a la velocidad y a la voracidad urbanas, ayudan a los seres humanos en la difícil tarea de ensimismarse, de recobrar la conciencia de sí mismos. Percibir el olor de los árboles, de las flores y del campo, recobrar la caricia directa del aire, volver a apreciar las distancias, disfrutar del desplazamiento acompasado del paisaje, valorar la dimensión del esfuerzo personal, escuchar en medio del silencio el roce de las ruedas en contacto con el asfalto o redescubrir el milagro de poder disfrutar del camino sin necesidad de tener que llegar a ningún sitio. Un torrente de sensaciones oculto en las alforjas, un paraíso a golpe de pedal, un tesoro rodante.

Realmente somos muy afortunados los que podemos disfrutar con la bicicleta.

A la calle (en bicicleta) que ya es hora

El 5 de agosto iniciamos nuestra aventura ciclista. Cuando ya quedan menos de dos meses hay que montarse en la bici. Es hora de echarse a la calle, es momento de ponerse las pilas, sobre todo para los que no rodamos de manera regular. No podemos esperar a estar pedaleando por Austria para darnos cuenta de que deberíamos de haber tenido en cuenta alguna cosilla antes. 

La excursión que vamos a hacer este verano es fácil, el terreno es llano y no hace falta estar físicamente muy preparado para poder disfrutar plenamente de ese viaje por el Danubio austríaco. Pero no todo es coser y cantar. Hay que cuidar algunos detalles para que nada nos impida pasárnoslo bien, que es de lo que se trata. Una de las partes del cuerpo que se suele resentir, especialmente para los poco rodados, es el culo. Incluso los (y las) que utilizan habitualmente la bicicleta, se quejan de que les duele el trasero o de que sufren rozaduras en sus partes nobles después de estar mucho tiempo sobre el sillín. 

Siempre es fácil que nuestras zonas más delicadas nos pasen factura si las sometemos a un trabajo o un sobreesfuerzo al que no está acostumbradas. Por eso es preciso ocuparse de estas cosas ahora, porque después la solución es más complicada. En principio la solución es sencilla, hay que ponerse a rodar y hay que empezar a hacerlo ahora que estamos a tiempo. Nos servirá para ir mejorando nuestra forma física, que siempre viene bien, y para lo más importante, que es ir encalleciendo el culo. 

Durante este tiempo preparatorio podemos aprovechar para probar el culote o los culotes que vamos a utilizar, comprobar si nos produce irritaciones o rozaduras y ver si las anulamos usando vaselina, un gel o una crema. Son muchos los factores en los que podemos incidir para que nuestras zonas de apoyo se quejen lo menos posible. 

Es por sí una postura incómoda. Ni nuestros cuerpos están preparados para pasar mucho tiempo en un asiento tan ridículo e incómodo, ni nuestro culo está diseñado para estar horas y horas soportando todo el peso corporal. Con toda seguridad nos quejaríamos igualmente si pasásemos cuatro horas en el salón de casa viendo la televisión sobre el sillín de una bicicleta. Por eso, hay que empezar ahora a rodar sin prisas. Tenemos que entrenarlo a sufrir si no queremos que el culo nos amargue el viaje. En principio rutas cortas para ir alargándolas poco a poco a fin de incrementar progresivamente el tiempo que estamos sobre el sillín. Hay que tomárselo en serio y ser un poco constantes pero si algún día nuestras zonas nobles se quejan es preferible no salir y esperar a que se recuperen. Conforme pasemos más tiempo en la bici y vayamos haciendo más kilómetros, la cosa mejorará.

domingo, 26 de junio de 2016

Cosas de Linz: Kepler y su madre la bruja

El nombre de Johannes Kepler tiene un enorme reconocimiento universal por sus grandes aportaciones a la ciencia. No se sabe tanto de ella, pero Katharina Kepler, la madre del ilustre astrónomo austríaco, fue un personaje singular y por lo menos tan interesante como su famoso hijo. Polémica, pendenciera y pésima madre, se ganaba la vida haciendo pócimas. Ya en su vejez fue perseguida y encarcelada por bruja. Su hijo se desvivió por demostrar su inocencia. Se pasó seis años tratando de usar su ganado prestigio como matemático imperial para salvar a su madre de la hoguera. Llegó a conseguir su liberación pero al cabo de poco tiempo la anciana falleció.

Kepler trabajaba a las órdenes del emperador Rodolfo II. Después de un matrimonio de conveniencia, tras la muerte de su primera esposa se casó en Linz donde vivió buena parte de su vida (Rathausgasse 5), con Susanne Reuttinger, con la que tuvo siete niños, de los que tres fallecerían muy temprano. Mientras vivía en Linz publicó su Harmonices mundi Libri (1619), cuya sección final contiene otro descubrimiento sobre el movimiento planetario (tercera ley de Kepler: la relación entre  la distancia al Sol de un planeta y el tiempo que tarda en completar una órbita es una constante) y trabajó duramente en el estudio de las Tabulae Rudolphinae, que durante más de un siglo se usaron en todo el mundo para calcular las posiciones de los planetas y las estrellas.

Estatua de Katharina
 en Eltingen
Su madre, Katharina Guldenmann, una persona muy especial, llevaba una casa de huéspedes, era curandera y herborista. Cundió el rumor de que Katharina tenía trato con espíritus malignos. Los vecinos recordaron que a Katharina la había criado una tía suya que había terminado sus días en la hoguera por bruja. Se supo también que en una ocasión la señora Kepler le había pedido al diácono del cementerio de Eltingen que le permitiera sacar el cráneo de la tumba de su padre, que quería bañar en plata para ofrecérselo a Johannes como recuerdo. Por todo ello los vecinos la tacharon de bruja y dieron por sentada su mala fe. Uno afirmaba que su cojera se debía a que había bebido de una taza de hojalata en casa de Katharina, otro que al pasar por la calle junto a la señora Kepler había sentido un agudo dolor.

Kepler no tenía ninguna duda de la inocencia de su madre y estaba convencido de que el carácter brujeril que se le atribuía estaba amparado en un libro que había escrito el propio Kepler. En el librito, titulado Somnium (El Sueño), un personaje llamado Duracotus viaja a la luna impulsado por demonios. Para convocar a estos espíritus se valía de una invocación pronunciada por su madre, que era bruja. Aunque no se había publicado, una copia del libro se difundió y mucha gente no dudó en interpretar que aquello era un relato autobiográfico. Duracotus era el propio Kepler y si la madre del personaje era bruja, también lo era la señora Kepler. Añádase a esto que, en efecto, Katharina Kepler hacía pociones con hierbas, que no le caía bien a nadie por rebelde y pendenciera, y también hay que tener en cuenta que se atravesaba entonces un período de locura en que todo lo malo que ocurría se interpretaba como fruto de las actividades de las brujas. De ahí que el inocente cuento de Kepler fuese la puntilla para la condena de su madre.

Fue acusada de brujería. Kepler no tenía ninguna duda de su inocencia. Además, estaba convencido de que si su madre no tuviese esa cualidad de entrometida que hacía que estuviese permanentemente liada en trifulcas y en situaciones complicadas, posiblemente él no hubiese heredado la curiosidad que le había convertido en un genio de la observación y la síntesis.

Casa de Kepler. Linz
A Katherina no le gustaba Linz y unos meses después de que Kepler la llevase a su casa, se escapó de la vivienda de su hijo para refugiarse en Heumaden con la hermana de Johannes, Margarete. Kepler renunció a su actividad científica y ayudado por la universidad de Tubinga se pasó seis años escribiendo alegatos y trabajando en la defensa de su madre ante los tribunales. Se ocupó de analizar científicamente cada uno de los casos por los que era acusada y demostró que había razones naturales que explicaban los hechos supuestamente sobrenaturales por los que se culpaba a su madre. Al final consiguió que la liberaran, pero las penurias, las vejaciones y el maltrato que sufrió durante los catorce meses de cautiverio la llevaron a la tumba seis meses después.

En su última etapa Kepler sacó a relucir el espíritu vagabundo heredado de su padre. Abandonó a sus hijos y a su esposa Susanna en Sagan, para morir lejos de su familia. Llegó a Regensburg el 2 de noviembre de 1630 y el día 15 murió. Cuatro días más tarde fue enterrado en el cementerio de San Pedro. Aunque no se conserva la lápida (muy pocos pudieron leer la inscripción pues su tumba fue destruida en 1632 por el ejército sueco durante la Guerra de los Treinta Años), el célebre astrónomo escribió su propio epitafio (“Mensus eram coelos, nunc terrae metior umbras; Mens coelestis erat, corporis umbra iacet”):

"Medí los cielos, ahora mido las sombras
del cielo era mi mente, en la tierra descansa el cuerpo" 

jueves, 16 de junio de 2016

Esto no puede ser complicado

Este es el perfil del recorrido que vamos a hacer desde la ciudad alemana de Passau hasta Viena. Dejando a un lado todo lo relacionado con su espectacularidad, su belleza y su historia, como se puede apreciar en el gráfico, se trata de un recorrido cómodo, en ligero desnivel descendente  y dada su sencillez, apto para que cualquiera pueda iniciarse en esto de las aventuras cicloturísticas.

martes, 7 de junio de 2016

La Hauptplatz y el impuesto sobre ventanas

Hauptplatz
Dreifaltigkeitssäule
La Hauptplatz, la barroca Plaza Mayor, verdadero corazón de Linz, es una de las plazas más grandes de Austria (13.200 m2), cuya estructura actual data de 1260. Sobresale en la misma una imponente columna de mármol blanco de 20 metros de altura (Dreifaltigkeitssäule) dedicada a la Santísima Trinidad. Es un símbolo típico del barroco y se construyó en 1723 como muestra de agradecimiento por las catástrofes superadas: la guerra, los incendios y la peste. La plaza juega hoy un importante papel como punto de encuentro para los vecinos de la ciudad y se convierte en una visita ineludible para todos los que la visitan.

Altes Rathaus
En el número 1 de la plaza se encuentra el Altes Rathaus (antiguo Ayuntamiento, construido en 1514), en el que hoy se ubica la Oficina de Turismo, en cuyo pasillo de entrada se pueden apreciar los retratos del emperador Federico III de Habsburgo, del astrónomo Johannes Kepler y del compositor Anton Bruckner. Es interesante visitar el Museo Génesis situado al fondo del patio interior, aunque sólo sea para conocer las salas dedicadas a las glorias locales. A propósito de Bruckner, atravesando la Domgasse desde Hauptplatz se puede descubrir su perfil esculpido en la fachada de la actual Iglesia de los Jesuitas (Jesuitenkirche), la antigua catedral en la que fue organista.

También Mozart compuso su sinfonía Linz aquí, en el número 20 de Klosterstrasse (con entrada por el número 17 de Altstadt). En el verano de 1783 Mozart fue con su mujer desde Viena hasta casa de su padre en Salzburgo, a fin de mejorar la relación tensa que había entre su mujer y su padre. En octubre decidió volverse a Viena e hizo escala en Linz el 30 de octubre. Allí fue invitado a dar un concierto el 4 de noviembre en el Teatro de la ciudad. Por una carta escrita a su padre se sabe que "estaba obligado a componer una sinfonía a todo trapo". La noche del estreno la sinfonía estaba acabado y, probablemente, fue interpretada sin ensayo previo. La sinfonía nº 36, llamada Linz, acababa de nacer. Rápidamente adquirió gran popularidad y hoy continúa siendo una de las más interpretadas. 

Los mercaderes se instalaban en la plaza para aprovechar las oleadas de gente que acudían a las ferias que tenían lugar en Linz dos veces al año. Las autoridades legislaron para que el mayor número posible de comerciantes se instalaran en Linz, y además vieron en ello un posible filón que quisieron aprovechar  para incrementar los ingresos de las arcas municipales introduciendo el llamado "impuesto de las tres ventanas" para las casas, un impuesto que ya existía en otros lugares de Europa.


Palais Weissenwolff
A ojos de un político de hoy, el impuesto podía entenderse como progresivo y hasta redistribuidor de la riqueza. Como es lógico, pagaban más quienes más ventanas tenían, es decir, quienes tenían las casas más grandes, o sea, los más ricos. Si alguien quería más ventanas tenía que pagar más impuestos. El resultado inmediato fue que los mercaderes empezaron a construir casas con mucha  profundidad, a veces hasta 80 metros de largo y poco frente. Un ejemplo es la Feichtingerhaus de mediados del siglo XVII, en el número 18, con un pintoresco patio renacentista. En el número 21 una casa del siglo XVIII con fachada de estucos, en el 27 el Palais Weissenwolff, de 1660, mientras que en el número 10 se encuentra la Bürgerhaus, que conserva en la primera planta una ventana gótica de 1430 y una fachada del 1818.

Hoy, el impuesto de las ventanas se estudia en las escuelas de Economía de Inglaterra, uno de los países pioneros en introducir este impuesto,  como el paradigma del fracaso en política fiscal. El resultado fue el contrario del esperado. Casi todas las familias humildes y muchas de las ricas optaron por hacer casas sin ventanas o tapiaron las existentes, lo que conllevó un terrible aumento de las enfermedades sobre todo en las ciudades, carentes de alcantarillado público y las mínimas medidas de higiene. No solo las arcas no ingresaron la cantidad esperada, sino que, al decrecer la actividad artesanal y comercial, vieron disminuidos sus réditos por otros impuestos.

 En esta plaza siguen celebrándose mercados típicos como el de los agricultores (que tiene lugar los viernes) y un rastro (los sábados) donde se puede comprar prácticamente de todo, desde un disco antiguo hasta un oso pardo disecado.

lunes, 6 de junio de 2016

Metropole, el hotel del horror

Monumento a las víctimas de la Gestapo
En Viena, caminando por el Franz Josefs Kai en las inmediaciones del Danubio, es fácil encontrarse con un monumento en piedra, erigido para que el mundo no olvide nunca a las víctimas de la crueldad nazi. Está en la Morzinplatz y se ha construido con granito procedente de la cantera del campo de concentración de Mauthausen, a la que se accedía por la tristemente célebre escalera de la muerte.

En medio de los bloques de piedra, una estatua en bronce simboliza a los que han logrado sobrevivir a los campos de exterminio del nazismo. El monumento sustituye a otro que en 1951 había sido levantado en el lugar financiado por los supervivientes. Éste se erigió tras la guerra donde estuvo situado anteriormente el lujoso Hotel Metropole, expropiado en 1938 por Heydrich, jefe de la policía secreta de la Alemania nazi, para establecer en él la sede de la Gestapo. El Metropole se convirtió en el departamento más importante de la Gestapo durante el tercer Reich alemán, al que diariamente eran llevados cientos de judíos para ser interrogados y torturados.

Hotel Metropole
Durante las primeras oleadas de arrestos masivos, en abril y marzo de 1938, los simpatizantes del régimen austro-fascista anterior fueron detenidos, igual que muchos comunistas, socialistas, judíos y sindicalistas. En diciembre de 1938, casi 21.000 prisioneros políticos habían sido detenidos. Más de la mitad de los 22.000 internos que llegaron al campo de concentración de Dachau ese año eran austriacos. Posteriormente, este Cuartel General de la Gestapo vienesa fue transformado en un centro de agrupación de los judíos, antes de ser transportados hacia los campos de concentración. 

Muchos de los presos que entraban en el antiguo hotel no lo hacían por la puerta principal, sino por la trasera, en la Salztorgasse. Desde allí eran directamente conducidos a las celdas. La mayoría de estos detenidos fueron sometidos a torturas y muchos murieron a manos de los oficiales de la Gestapo, otros se suicidaron o fueron enviados a campos de concentración.

En el monumento, una inscripción del presidente de la asociación de supervivientes de los campos de concentración dice: “Aquí se alzaba la casa de la Gestapo. Fue un infierno para los que creían en Austria. Para muchos de ellos, la puerta de la muerte. Se convirtió en ruinas, como el Reich milenario. Pero Austria resucitó y con ella nuestros muertos, las víctimas inmortales “.